Triángulos que miden siglos
La plaza Vázquez de Molina en Úbeda es el ágora del renacimiento en España. Un gran espacio, en forma de L, rodeado de edificios renacentistas en su mayoría: El Palacio Vázquez de Molina, o de las Cadenas, el Palacio del Deán Ortega, la Sacra Capilla de El Salvador y el Palacio del Marqués de Mancera son, entre otros, algunos de los edificios de este estilo que se asoman a la plaza. Atribuidos los tres primeros a Andrés de Vandelvira, aunque con diseño en El Salvador por Diego de Siloé, se completan con otros formando un conjunto soberbio, sin duda la mejor colección del período en un solo espacio.
Pero, ¿cómo pudo una ciudad modesta como Úbeda acumular tan ingente cantidad de arquitectura palaciega? La respuesta está en la familia Cobos-Molina, natural de estas tierras andaluzas. Francisco de los Cobos comenzó su servicio administrativo bajo la secretaria real de Hernando de Zafra, al servicio de los Reyes Católicos, y luego llegó a ser Secretario de Estado con Carlos V y su mano derecha en asuntos de alcance. Acumuló poder, títulos nobiliarios y riquezas debido a su posición, como por ejemplo la que le mantenía en el control de los metales preciosos del comercio de Indias. Su sobrino Juan Vázquez de Molina le sucedió en el cargo y se mantuvo durante el reinado de Felipe II. Entre 1516 y 1562, continuadamente, ocupan puestos de la mayor relevancia y por las manos de ambos pasaron los asuntos de estado de uno de los mayores imperios de la época, y también la disposición de parte de sus regalos y bienes.

Fotografía general de la plaza Vázquez de Molina desde el Oeste.
El Salvador, destacar por la geometría
La Sacra Capilla de El Salvador fue mandada construir como panteón privado por Francisco de los Cobos, junto a un palacio cercano que hoy está en proceso de rehabilitación. No solo ocupa un lugar preferente en la plaza, cerrando su lado oriental y quedando en el centro de las miradas al acceder a ella por su parte abierta, sino que destaca nítidamente, al llamar poderosamente la atención por su particular forma.
En la plaza el renacimiento se exhibe en palacios horizontales, de dos o tres cuerpos, pero reflejando con claridad el nuevo espíritu en el que los edificios crecen a lo ancho, a escala humana, y no hacia lo alto, como en el gótico. Los palacios tumbados en la plaza, de Vázquez de Molina o el Deán Ortega, mantienen una altura similar, y se tienden como una caja de cerillas apoyada sobre su cara, marcada por las líneas horizontales de cornisas que delimitan los cuerpos. En el lado de enfrente, incluso la Iglesia de Santa María de los Reales Alcázares también aparece alargada, de la que apenas solo sobresalen las dos espadañas de la fachada.
Sin embargo El Salvador impone su peculiar geometría: un triángulo aupado sobre un rectángulo horizontal, del que destaca por la derecha una torre coronada por una cúpula de cebolla, al estilo centroeuropeo, muy del gusto de la escuela erasmiana a la que se adscribe de los Cobos. La geometría resulta contundente y eleva el panteón, con el disimulo de su cuerpo principal tumbado, sobre los edificios de la plaza. Además marca el cenit, el montículo del triángulo que culmina la fachada esta seguido por dos tejados laterales que siguen, desplazados, la línea triangular, para formar un conjunto armonioso y a la vez preeminente.

Polígonos en El Salvador.

Triángulos en Santa María Novella (Florencia)
No hay muchas configuraciones de polígonos como esta en el renacimiento. Una de las que mejor puede evocarse como precedente de forma es quizás la Basílica de Santa Maria Novella, obra magna de Leon Battista Alberti, y que deja un diseño muy similar en aspecto, aunque con una horizontalidad marcada por las proporciones y separación de cuerpos, y distinta ejecución arquitectónica en las volutas que conectan la nave central y las laterales. La distribución de vanos tiene, sin embargo, una cierta similitud.
Triángulos góticos y renacentistas
Hay otros precedentes de templos góticos con un triángulo encaramado a una pieza rectangular en su base. Sin embargo, también aquí la geometría nos aporta la diferencia. Mientras que los triángulos en el caso renacentista son patentemente aplanados, isósceles con un ángulo superior que suele ser mayor de 120o (125o en el de Santa María Novella), en el caso gótico el triángulo eleva más la construcción, siguiendo el espíritu de la época, y nos deja un ángulo inferior a esos valores, usualmente, por debajo de los 100o (por ejemplo, 92o en el caso de la catedral de Milán, 68o en el de la de León). Además el ángulo superior va aumentando en el gótico final, aplanando progresivamente los triángulos, que siguen esta tendencia en el renacimiento y el barroco. El caso de El Salvador muestra esta dinámica, con 110o en el vértice superior: deja un edificio renacentista menos horizontal, con las marcadas pilastras verticales, en claro contraste con Santa María Novella u otros edificios del clasicismo italiano. Estas medidas y cambios hay que verlos, sin embargo, como una tendencia en su diseño, no como una regla universal.

Geometría de triángulo de la Catedral de Milán.
De nuevo un cambio de época vino asociado a un cambio en los conceptos y las medidas de las matemáticas más evidentes asociadas al diseño de sus edificios más señeros: nuestros triángulos son capaces de medir el paso de aquellos siglos.
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